14 de julio de 2010

EL grito manso


Freire, Paulo. El grito manso. Paulo Freire. 2ª. Ed. Buenos Aires : Siglo Veintiuno, 2009. ISBN 978-987-629-034-0



Palabras clave: Educación; Pedagogía crítica; Práctica docente

La obra contiene una de las últimas intervenciones públicas de Paulo Freire y es, a un tiempo, expresión de su pensamiento maduro y encuentro comprometido con quienes trabajan día a día con sus ideas. En él se recogen sus reflexiones acerca de los problemas que asedian la práctica de la educación en el filo del siglo XXI, en este contexto a la vez vulnerable y esperanzado, también sus ideas acerca de la historia, el cambio social, las utopías y la responsabilidad del hombre en el mundo globalizado.

Intervenimos en el mundo a través de nuestra práctica concreta, de la responsabilidad, cada vez que somos capaces de expresar la belleza del mundo. Cuando los primeros humanos dibujaron en las rocas figuras animales ya intervenían estéticamente sobre su entorno, y como sin duda ya tomaban decisiones morales, también intervenían de manera ética. Justamente cuando nos tornamos capaces de cambiar el mundo, de transformarlo, de hacerlo más bello o más feo, nos volvemos seres éticos.

Práctica de la pedagogía crítica



Ante todo, no es posible ejercer la tarea educativa sin preguntarnos, como educadores y educadoras, cuál es nuestra concepción de hombre y de mujer. Toda práctica educativa implica esta indagación: qué pienso de mí mismo y de los otros. Hace tiempo, en Pedagogía del oprimido, analicé lo que ahí denominaba la búsqueda del ser más. En ese libro defendí al hombre y a la mujer como seres históricos que se hacen y se rehacen socialmente. Es la experiencia social la que en última instancia nos hace, la que nos constituye como estamos siendo. Me gustaría insistir en este punto: los hombres y las mujeres, en cuanto seres históricos somos seres incompletos, inacabados e inconclusos. La inconclusión del ser no es, sin embargo, exclusiva de la especie humana ya que abarca también a cada especie vital. El mundo de la vida es un mundo permanentemente inacabado, en movimiento. Sin embargo, en un momento particular de nuestra experiencia histórica, nosotros, mujeres y hombres, conseguimos hacer de nuestra existencia algo más que meramente vivir. En cierto sentido, los hombres y las mujeres inventamos lo que llamamos la existencia humana: nos pusimos de pie y liberamos las manos; la liberación de las manos es en gran parte responsable de lo que somos. La invención de nosotros mismos como hombres y mujeres fue posible gracias a que liberamos las manos para usarlas en otras cosas. Hicimos esa cosa maravillosa que fue la invención de la sociedad y la producción del lenguaje. Y fue ahí, en medio de ese salto que dimos, que mujeres y hombres alcanzamos esa instancia formidable que fue comprender que somos incompletos. Los árboles o los otros animales también son incompletos, pero no tienen conciencia de ellos. Sabemos que somos inacabados y en esta radicalidad de la experiencia humana, reside la posibilidad de la educación. La conciencia del inacabamiento creó lo que llamamos la “educabilidad del ser”. La educación es entonces una especificidad humana.

Este inacabamiento consciente de sí es el que nos va a permitir percibir el no yo. Tú, por ejemplo, eres el no yo de mí. Y la presencia del mundo natural, en tanto no yo, va a actuar como un estímulo para desarrollar el yo. En ese sentido, es la conciencia del mundo la que crea mi conciencia. Conozco lo diferente de mí y en ese acto me reconozco. Obviamente, las relaciones que empezaron a establecerse entre el nosotros y la realidad objetiva abrieron una serie de interrogantes, y esos interrogantes llevaron a una búsqueda, a un intento de comprender el mundo y entender nuestra posición en él. Es en ese sentido que yo uso la expresión “lectura del mundo” como instancia precedente a la lectura de las palabras. Muchos siglos antes de saber leer y escribir, los hombres y las mujeres han estado inteligiendo el mundo, captándolo, comprendiéndolo, leyéndolo. Esa capacidad de captar la objetividad del mundo proviene de una característica de la experiencia vital que nosotros llamamos “curiosidad”.

La curiosidad es, junto con la conciencia del inacabamiento, el motor esencial del conocimiento. La curiosidad nos empuja, nos motiva, nos lleva a develar la realidad a través de la acción. Curiosidad y acción se relacionan y producen diferentes niveles de curiosidad. Lo que procuro decir es que, en determinado momento, empujados por la propia curiosidad, el hombre y la mujer en proceso, en desarrollo, se reconocieron inacabados, y la primera consecuencia de ello es que el ser que se sabe inacabado entra en un permanente proceso de búsqueda. Como consecuencia casi inevitable de saber que soy inacabado, me inserto en un movimiento constante de búsqueda, no de búsqueda puntual de esto y aquello, sino de búsqueda absoluta, que puede llevarme a la búsqueda de mi propio origen, que puede conducirme a una búsqueda de lo trascendental. Si hay algo que contraría la naturaleza del ser humano, ese algo es la no búsqueda, por lo tanto, la inmovilidad. Uno puede ser profundamente móvil y dinámico aun estando físicamente inmóvil, y a la inversa. De modo que, cuando hablo de esto no hablo de la movilidad o inmovilidad física, hablo de la búsqueda intelectual, de mi curiosidad entorno de algo, del hecho de que pueda buscar aun cuando no encuentre. Por ejemplo, puedo pasarme la vida en búsquedas que aparentemente no resultan gran cosa y sin embargo el hecho de buscar resulta fundamental para mi naturaleza de ser buscador. Ahora bien, no hay búsqueda sin esperanza, y no la hay porque la condición humana es hacerlo con esperanza. Por esta razón sostengo que la mujer y el hombre son esperanzados, no obstinados, sino como seres buscadores. Ésta es la condición del buscar humano: hacerlo con esperanza. La búsqueda y la esperanza forman parte de la naturaleza humana. Buscar sin esperanza sería una enorme contradicción. Por esta razón, la presencia de ustedes en el mundo, la mía, es una presencia de quienes andan y no de quienes simplemente están. Y no es posible andar sin esperanza de llegar. Por eso no es posible concebir un luchador desesperanzado. Lo que sí podemos concebir son momentos en que uno se detiene y se dice a sí mismo: no hay nada que hacer. Esto es comprensible, entiendo que se caiga en esta posición. Lo que no comparto es que se permanezca en esa posición. Sería como una traición a nuestra propia naturaleza esperanzada y buscadora.

Estas reflexiones tienen como objetivo marcar hitos esenciales de nuestra práctica educativa. ¿Cómo puedo educar sin estar envuelto en la comprensión crítica de mi propia búsqueda y sin respetar la búsqueda de los alumnos? Esto tiene que ver con la cotidianidad de nuestra práctica educativa como hombres y mujeres.

Otro hito fundamental de la práctica educativa es la inconclusión, dado que es en esa inconclusión que el ser humano se torna educable. Todo educando, todo educador, se descubre como ser curioso, como buscador, indagador inconcluso, capaz sin embargo de captar y transmitir el sentido de realidad. Es en el propio proceso de inteligibilidad de la realidad que la comunicación de lo que fue inteligido se vuelve posible. Por ejemplo: en el momento mismo en que comprendo, en que razono cómo funciona un micrófono, voy a poder comunicarlo, explicarlo. La comprensión implica la posibilidad de la transmisión. En lenguaje más académico diría: “la inteligibilidad encierra en sí misma la comunicabilidad del objeto inteligido.”

Una de las tareas más hermosas y gratificantes que tenemos por delante los profesores y las profesoras es ayudar a los educandos a construir la inteligibilidad de las cosas, ayudarlos a aprender a comprender y a comunicar esa comprensión de los otros.

La obligación de profesores y profesoras no es caer en el simplismo, porque el simplismo oculta la verdad, sino la de ser simples. La simplicidad hace inteligible el mundo y la inteligibilidad del mundo trae consigo la posibilidad de comunicar esa misma inteligibilidad. Es gracias a esta posibilidad que somos seres sociales, culturales, históricos y comunicativos. Profesores y profesoras democráticos intervenimos en el mundo a través del cultivo de la curiosidad y de la inteligencia esperanzada, que se desdoblan en la comprensión comunicante del mundo. Y se hace de diversas maneras: intervenimos en el mundo a través de nuestra práctica concreta, de la responsabilidad, de una intervención estética, cada vez que somos capaces de expresar la belleza del mundo. Justamente, nos volvemos seres éticos. Somos nosotros, los humanos, los que tenemos la posibilidad de asumir una opción ética, quienes hacemos las cosas.

¿Cómo trabajo el problema de la esperanza jacqueada por la desesperanza? ¿Qué hago? ¿Bajo los brazos? Tenemos que educar a través del ejemplo sin pensar por ello que vamos a salvar el mundo. El mundo se salva si todos, en términos políticos, “peleamos” por salvarlo. ¿Nos quedamos con las expresiones fatalistas? ¿Nos quedamos con la ideología inmovilizadora? Ni el hambre, ni el desempleo son fatalidades en el mundo. Millones de dólares viajan diariamente por las computadoras del mundo de sitio en sitio buscando dónde rinden más. Esto tampoco es una fatalidad. Es preciso desafiar esa ideología inmovilista. No hay inmovilismos en la historia. Siempre hay algo que podemos hacer y rehacer. Se habla mucho de la globalización. Ésta aparece como una especie de entidad abstracta que se creó a sí misma de la nada y frente a la cual nada podemos hacer. La globalización sólo representa un momento de un proceso de desarrollo de la economía capitalista que llegó a este punto a partir de una orientación política particular que no necesariamente es única.

A manera de cierre, no hay práctica docente sin curiosidad, sin incompletud, sin capacidad de intervenir en la realidad, sin capacidad de ser hacedores de historia siendo, a su vez, hechos por la historia. Una de las tareas fundamentales es elaborar una pedagogía crítica. En función y en respuesta de nuestra propia condición humana, como seres conscientes, curiosos y críticos, la práctica del educador, de la educadora, consiste en luchar por una pedagogía crítica que nos de instrumentos para asumirnos como sujetos de la historia. Y esta práctica deberá basarse en la solidaridad. Quizá nunca como en este momento necesitamos tanto de la significación y de la práctica solidaria. “Para terminar, reitero: sigo con la misma esperanza, con la misma voluntad de lucha que cuando empecé. Me resisto a la palabra viejo, no me siento viejo, en todo caso me siento utilizado, lleno de esperanzas y de ganas de luchar.”



“… quien enseña aprende al enseñar,
y quien aprende enseña al aprender…”

1 comentario:

Unknown dijo...

Buena entrada. Nos deja entrever esta angustia por lo inacabado e incompleto como una posible virtud, una posibilidad interesante y esperanzadora. Gracias por difundir el pensamiento de este importante pedagógo y comunicador. A su vez, nosotr@s les invitamos a que visiten y comenten nuestro blog de terapia de pareja: http://www.terapiadepareja-df.com.mx/ será interesante conocer qué nos reflejan.
Saludos fraternos.


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