14 de julio de 2010

Pedagogía de la esperanza


Freire, Paulo. Pedagogía de la esperanza : un rencuentro con la pedagogía del oprimido. Paulo Freire. 2ª. Ed. Buenos Aires : Siglo Veintiuno, 2008. ISBN 978-987-629-001-2

Palabras clave: Educación; Práctica docente



… Freire estaba muy callado… la verdad, todos esperábamos que él estuviera hablando. Cuando se terminó la reunión, creo recordar que alguien le preguntó por qué estaba tan callado, por qué no estaba participando. Entonces, él dijo: “Estoy en un profundo silencio activo”… Esa mañana entendimos claramente el concepto de la “participación”, componente esencial de la pedagogía actual… siendo profundamente coherentes con la lógica y el sentido de la participación popular. Prólogo de Carlos Nuñez Hurtado


La obra sintetiza los grandes temas gestados en medio de las luchas sociales convulsionaron a América Latina y a los pueblos del Tercer mundo, y que provocaron las reflexiones, formuladas al ritmo de esas luchas, sobre la necesidad de sobrevivir y de vencer al agobio de la dominación. Paulo Freire profundiza en la historia y los hechos para mostrar las condiciones que dieron forma al pensamiento; descubre las tramas que envolvieron vida, ideas y procesos sociales; muestra las tragedias de las discriminaciones, la extensión de la injusticia y el drama de los que lucharon. Fortaleza de una generación que resistió el sometimiento y que extrajo de las vicisitudes y de las persecuciones el coraje para trabajar en la transformación social. La Pedagogía del oprimido como denuncia de las múltiples máscaras que la dominación usa y recupera. Denuncia como testimonio del esfuerzo callado y generoso de muchos que, en todo el mundo, impiden que la “esperanza” muera.

Siguiendo a nuestro autor: Leer un texto es…



-Aprender cómo se dan las relaciones entre palabras en la composición del discurso, es tarea de sujeto crítico, humilde, decidido.

-Un proceso difícil, incluso penoso a veces, pero siempre placentero; implican que la lectora o el lector se adentren en la intimidad del texto para aprehender su más profunda significación; cuando más hacemos este ejercicio en forma disciplinada, tanto más nos preparamos para que las futuras lecturas sean menos difíciles.

-Estar convencido de que las ideologías no han muerto; la que permea el texto, a veces se oculta en él, no es necesariamente de quien lo lee. De ahí la necesidad de que el lector adopte una postura abierta y crítica, radical y no sectaria, sin la cual cerrará el texto, prohibiéndose aprender algo de él, porque es posible que defienda posiciones antagónicas a las suyas; e, irónicamente, a veces esas posiciones son apenas diferentes.

-No criticar a un autor o autora por lo que se dice sobre él o ella, sino por la lectura seria, dedicada, competente que hacemos de sus textos. Sin que esto signifique que no debemos leerlo que se ha dicho y se dice de él o ella, también.

-Aprender cómo la lectura, como estudio, es un proceso amplio, que exige tiempo, paciencia, sensibilidad, método, rigor, decisión y pasión por conocer.

Sin necesariamente referirme a los autores o a las autoras de críticas ni tampoco a los capítulos de la Pedagogía a que se refieren las restricciones, continuaré el ejercicio de ir tomando aquí y allá algún juicio frente al cual debo pronunciarme, o rehacer un pronunciamiento anterior.

Uno de los juicios que viene de los años setenta, es el que me toma precisamente por lo que critico y combato, es decir, me toma precisamente por arrogante, elitista, invasor cultural, es decir alguien que no respeta la identidad popular, de clase, de las clases populares –trabajadores rurales y urbanos. En el fondo este tipo de crítica, dirigido a mí, con base en una comprensión distorsionada de la concientización y en una visión profundamente ingenua de la práctica educativa –vista como práctica neutra, al servicio del bienestar de la humanidad-, no es capaz de percibir que una de las bellezas de esta práctica es precisamente que no es posible vivirla sin correr riesgo. El riesgo de no ser coherentes, de decir una cosa y hacer otra, por ejemplo. Y es precisamente su politicidad, su imposibilidad de ser neutra, lo que exige del educador o de la educadora su eticidad. La tarea de la educadora o del educador sería demasiado fácil si se redujera a la enseñanza de contenidos que ni siquiera necesitarían ser manejados y transmitidos en forma aséptica, porque en cuanto contenidos de una ciencia neutra serían asépticos en sí. En este caso el educador no tendría por qué preocuparse o esforzarse, por lo menos, por ser decente, ético, a no ser con respecto a su capacitación. Sujeto de una práctica neutra, no tendría otra cosa que hacer que transferir conocimientos igualmente neutros.

Lo que me mueve a ser ético por sobre todo es saber que como la educación es, por su naturaleza, directiva y política, yo debo respetar a los educandos, sin jamás negarles mi sueño o mi utopía. Defender una tesis, una posición, una preferencia, con seriedad y con rigor, pero también con pasión, estimulando y respetando al mismo tiempo el derecho al discurso contrario, es la mejor forma de enseñar, por un lado, el derecho a tener el deber de pelear por nuestras ideas, por nuestros sueños, y no sólo aprender la sintaxis del verbo haber, y por el otro el respeto mutuo.

Respetar a los educandos, sin embargo, no significa mentirles sobre mis sueños, decirles con palabras o gestos o prácticas que el espacio de la escuela es un lugar "sagrado" donde solamente se estudia, y estudiar no tiene nada que ver con lo que ocurre en el mundo de afuera; ocultarles mis opciones, como si fuera pecado preferir, optar, romper, decidir, soñar. Respetarlos significa darles testimonio de mi elección, defendiéndola. Mostrarles otras posibilidades de opción mientras les enseño, no importa que…

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