2 de julio de 2010

La sociología del cuerpo


Le Breton, David. La sociología del cuerpo / David Le Breton. 1a. Buenos Aires : Nueva Visión, 2008.

Ubicación: Estante796.01 LEB

La sociología del cuerpo forma parte de la sociología cuyo campo de estudio es la corporeidad humana como fenómeno social y cultural, materia simbólica, objeto de representaciones y de imaginarios. Las acciones que tejen la trama de la vida cotidiana implican la intervención de la corporeidad. El cuerpo moldeado por el contexto social y cultural en el que se sumerge el actor es ese vector semántico por medio del cual se construye la evidencia de la relación con el mundo: las actividades perceptivas, la expresión de los sentimientos, las convenciones de los ritos de interacción, gestuales y expresivos, la puesta en escena de la apariencia, los juegos sutiles de seducción, las técnicas corporales, el entrenamiento físico, la relación con el sufrimiento y el dolor. La existencia es corporal.

El actor abraza físicamente el mundo y lo hace suyo al humanizarlo convirtiéndolo en un universo familiar y comprensible, cargado de sentidos y de valores, compartido con otros actores insertos, como él, en el mismo sistema de referencias culturales. Existir significa moverse en un espacio y en un tiempo, transformar el entorno gracias a una suma de gestos eficaces, clasificar y atribuir valor a los stimuli del entorno gracias a las actividades perceptivas, el diálogo, los gestos, los ademanes y un conjunto de rituales corporales que cuentan con la adhesión de los otros. A través de su corporeidad el hombre hace que su mundo sea la medida de su experiencia. Lo transforma en un ambiente familiar y coherente, disponible para su acción y permeable para su comprensión. El cuerpo es creador de sentido continuamente y de este modo el hombre se inserta activamente en un espacio social y cultural dado.

El aprendizaje de las modalidades corporales de la relación del individuo con el mundo no se detiene en la infancia, sino que continúa a lo largo de la vida según las transformaciones sociales y culturales que se presentan en el curso de la existencia.

Expresa Le Bretón el cuerpo aparece en el espejo de lo social como objeto concreto de investidura colectiva, como soporte de las escenificaciones y de las semiotizaciones, como motivo de distanciamiento o de distinción a través de las prácticas y de los discursos que provoca. En este contexto, el cuerpo puede no ser otra cosa que un medio de análisis privilegiado para poner en evidencia rasgos sociales cuya elucidación es de gran relevancia para el sociólogo como, por ejemplo, cuando quiere comprender fenómenos sociales contemporáneos.

La apariencia corporal responde a una escenificación de actor relacionada con la manera de presentarse y de representarse. Implica la vestimenta, la manera de peinarse y de prepara la cara, de cuidar el cuerpo, etc., es decir, un modo cotidiano de ponerse en juego socialmente, según las circunstancias, a través de un modo de mostrarse y de un estilo. El primer constituyente de la apariencia responde a modalidades simbólicas de organización según la pertenencia social y cultural del actor. Estas modalidades son provisorias, dependientes de los efectos de la moda. El segundo constituyente de la apariencia corresponde al aspecto físico del actor: talla, peso, cualidades estéticas, etc. Se trata de signos diseminados de la apariencia que fácilmente pueden convertirse en índices dispuestos para orientar la mirada del otro o para ser clasificado, sin que uno lo quiera, bajo determinada etiqueta moral o social. En la medida que esta práctica puede ser apreciada por testigos se transforma en un desafío social, en un medio deliberado de difundir una información sobre uno mismo. Por ejemplo, la relevancia del look en relación con la demanda laboral, administrado como recurso “capital-apariencia” para que el rendimiento sea mayor o para no quedar anulado por un desaliño demasiado importante. La puesta en escena de la apariencia deja librado al actor a la mirada evaluativa del otro, y al prejuicio que lo fija de entrada en una categoría social o moral por su aspecto o por un detalle de la vestimenta, también por la forma de su cuerpo o de su cara. Precisamente, los estereotipos se establecen sobre la base de apariencias físicas y se transforman en estigmas, en signos fatales de defectos morales o de pertenencia a una raza. El mercado renueva todo el tiempo los signos que apuntan al mantenimiento y a la valoración de la apariencia bajo los auspicios de la seducción o de la comunicación. Ropas, cosméticos, prácticas físicas son productos codiciados para proporcionar la apariencia que luego el actor social exhibe a modo de tarjeta de presentación “lo que permite que se vea de sí”. El cuerpo es objeto de una preocupación constante. El hombre alimenta con su cuerpo, percibido como su mejor valor, una relación maternal de cuidados, de la que extrae, al mismo tiempo un beneficio narcisista y social, pues sabe que a partir de él se establece el juicio de los demás.

La cuestión de poder, y especialmente de la acción política sobre la corporeidad con vistal al control de comportamiento del actor, fue un dato central de la reflexión de las ciencias sociales en los años setenta. La ley Neuwirth, de 1967, que legitimaba la contracepción, la ley Vel, que permitía el aborto, son sólo dos ejemplos de la sociedad francesa, como indicadores políticos de un cambio en las mentalidades y en las costumbres que se tradujo en la rebelión de la juventud, la liberación sexual, el feminismo, el izquierdismo, la crítica a los deportes que desplegó vigorosamente la revista Quel corps? Muchos enfoques críticos consagrados a la corporeidad, en sociología o en otros campos, toman dimensión política como centro organizador del análisis. Los trabajadores de Jean-Marie Brohm son ejemplares de este campo, intentan mostrar que toda política se impone por la violencia, la coerción y las restricciones sobre el cuerpo. Todo orden político se produciría conjuntamente con un orden corporal. El análisis finaliza con una requisitoria que se enfrenta a un sistema político identificado con el capitalismo, que impone su dominación moral y material a los usos sociales del cuerpo y favorece la alienación. Foucault comprueba que las sociedades occidentales inscriben a sus miembros en las mallas cerradas de una red de relaciones que controla sus movimientos. Estas funcionan como “sociedades disciplinares”. La disciplina dibuja un nuevo tipo de relación, un modo de ejercicio de poder, que atraviesa instituciones y las hace converger en un sistema de sumisión y de eficacia. Foucault desplazó los parámetros de análisis y atrajo la atención sobre las modalidades eficaces y difusas del poder cuando se ejerce sobre los cuerpos que están más allá de las instancias oficiales del Estado. La investidura política del cuerpo pertenece más bien a una forma de organización difusa que impone su marca sin que ésta esté necesariamente elaborada y sea un objeto discursivo. Construye un dispositivo que orienta los usos físicos requeridos, favorece el control del espacio y del tiempo, produce en el actor los signos de liberación que muestran su buena voluntad. El campo político que se esfuerza por organizar las modalidades corporales de acuerdo con las finalidades propias a una tecnología del cuerpo, una política del detalle, más que una confiscación sin mediación de un Estado, medio de dominación de las clases dominantes. La disciplina extiende difusamente su ejercicio a través del campo social, apoyándose en aparatos represivos. “El poder no es un privilegio que puede cambiar de manos como si fuera de instrumento, es un sistema de relaciones y de imposición de normas. “En suma hay que reconocer que un poder se ejerce más que se posee, que no es privilegio adquirido o conservado de una clase dominante, sino el efecto de conjunto de sus posiciones estratégicas”. Las disciplinas se instauran como fórmulas dominantes para producir la eficacia y la docilidad de los actores a través de un cuidado meticuloso de la organización de la corporeidad. Mejoramiento de la fuerza de rendimiento y trabas a las posibilidades personales de oponerse a ellas, restricciones suaves y eficaces de movimientos del espesor del cuerpo: éstas son las orientaciones cuyos efectos conjugados proporcionan un poder de acción y de control a las disciplinas. Foucault menciona esta “anatomía política del detalle” presente en el sistema penitenciario, y también en colegios, hospitales, ejércitos, talleres. El control de la actividad implica el control del empleo del tiempo, la elaboración gestual del acto que descompone a este último en sus elementos sucesivos, hasta proceder a la más estrecha correlación del cuerpo y del gesto para lograr un mejor rendimiento. EL modelo cuadrícula, que sirve para provocar la utilidad y la docilidad de los hombres a través del dominio de su corporeidad, encuentra en el panoptismo su figura ideal, que puede economizar la presencia de los individuos encargados de vigilar la buena marcha del dispositivo.

“El cuerpo es la objetivación más indiscutible del gusto de clase” P. Bourdieu

“Sería fácil mostrar, señala Bourdieu, que las diferentes clases no se ponen de acuerdo sobre cuáles son los beneficios que se esperan de la práctica del deporte, ya sea beneficios específicos propiamente corporales, cuya condición de reales o imaginarios no tiene sentido discutir porque quedan descontados, como los efectos sobre el cuerpo externo, como la delgadez, la elegancia, o una musculatura visible o los efectos sobre el cuerpo interno, como la salud o el equilibrio psíquico…”

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